La reacción del pueblo francés fue inexplicablemente tranquila, lo que sin duda contribuyó notablemente al proceso que siguió y que, aún hoy, en la Francia reunificada conocemos, con vergüenza, como "Le Coup de Gazpache". (...) La pasividad de ciudadanos y autoridades permitió la extensión, rápida y silenciosa, del anuncio por toda Francia. Sólo diecisiete días después, se contaban más de 3.700 reproducciones del cartel [J. Lamarque, ref. 33] en más de 250 localidades: cuando el presidente quiso reaccionar, ya era tarde.
Las medidas desesperadas del gabinete de Sarkozy (el cierre de la frontera con España, la proclamación veloz de la polémica Ley de Supermercados -que prohibía a los ultramarinos vender productos extranjeros sin una autorización expresa de dos Ministerios-, un contraataque promocionando en España de forma especial la nueva película de Gérard Depardieu) se tornaron estériles: tres meses después, el presidente se vio forzado a dimitir tras la caída de las ventas de productos autóctonos (en más de un 83% [cfr. Serratosa, 2008]) y la vertiginosa aparición de otras marcas de gazpacho, de origen galo, que intentaban aprovecharse de la creciente demanda de la crema. Los precios se desplomaron y decenas de miles de personas perdieron sus puestos de trabajo; los bancos se vieron obligados a declararse en quiebra y más de ocho millones de familias se quedaron sin los ahorros de toda una vida en menos de medio año. Como respuesta a la debacle, las calles fueron tomadas por el pueblo, y se registraron numerosos disturbios por todo el país que, en muchas ocasiones, acabaron en violentos enfrentamientos con las fuerzas de seguridad. Casi cien personas perdieron la vida y alrededor de 6.000 fueron detenidas. El gobierno provisional, recientemente constituido tras la disolución del anterior, fue incapaz de reaccionar
(...)
Ante el caótico clima de enfrentamiento y violencia, un grupo nacionalista de extrema derecha, encabezado ideológicamente por Jean-Marie Le Pen -que había sido el gran perdedor de las elecciones, al desplomarse su partido-, con la colaboración del sector más reaccionario del ejército, asaltó el Parlamento y suspendió la Constitución (...) No tardaron los golpistas en tomar las sedes de la empresa Alvalle en París y Marsella, fusilando a catorce personas vinculadas a la firma, para acto seguido declarar la guerra a España. Como respuesta, el ejército español -necesitado de un éxito tras la contundente derrota de la Guerra de las Veinte Horas en Gibraltar- atravesó los Pirineos y avanzó hasta París (...) La capital fue tomada tras dos días de combates y se instauró un gobierno provisional, tutelado por España y constituido por reconocidos españolistas. Aquel sería el primer paso hacia la anexión definitiva de los territorios franceses a España, concluida en un tiempo récord de un año y cuatro meses.
El filósofo e historiador Jacques Maguelon, ferviente antiespañolista y firme defensor de la superioridad gastronómica, moral y política de la vichysoisse sobre el gazpacho, escribiría:
"De repente, parece que todo lo que hacía grande a nuestra nación ha sido cruelmente arrasado por un maremoto de crema de tomate y pepino. En este simple plato están concentrados dos siglos de resentimiento español hacia Francia a raíz de la invasión napoleónica y, muy especialmente, los atentados contra las naranjas del último tercio del siglo XX. ¿Cómo puede la grandeur francesa, la fuerza de nuestra orgullosa nación, oponerse victoriosa a un rencor tan primario, tan pueril? Compatriotas, nosotros no nos desintegramos, sino que nos reblanceden y disuelven como a picatostes abandonados en un mar de gazpacho rojo como la sangre que tiñe las lágrimas que lloramos" [J. Maguelon, ref. 54]