martes, 12 de mayo de 2009

"El tren efectuará su parada..."


(Comenzamos un nuevo ciclo colaboracionista en laespiral.Y qué mejor que hacerlo con alguien tan gigantesco como...el suburbano,verdadero corazón de la ciudad.)

Por:
Sr.A

"Segundos, nada más. La vida no se compone de años. Ni de meses. La vida no se compone de días, ni de horas. Ni siquiera de minutos. La vida se compone de segundos.
Sucios segundos envasados al vacío que compras 1 por el precio de 3. Segundos precongelados. Aburridos segundos".

"Fueron segundos lo que duró. Yo solo esperaba, bajo tierra, a que el vagón llegara. Yo solo esperaba. Quedaban 5 minutos. 2 minutos. 1 minuto. El tren entraba en la estación. Eso ponía en el cartel, con letras amarillentas, color de dientes sucios. Y el tren entró en la estación. Simplemente eso. Lo mismo que sucede cada día, en cientos de ocasiones, en cientos de lugares. Cientos de personas entran en esos vagones, se soportan entre ellos. Es aburridamente normal".

"No sé cuantos segundos había tardado en decidirlo, pero en tirarse, le bastaron un par de segundos. Nada más. De la misma forma que yo esperaba el tren, él se tiró. Se tiró a escasos 4 o 5 metros de donde yo estaba. Ese maldito hijo de puta quería que yo lo viera todo, que observara su cabeza reventar, sus huesos machacarse. Quería que observara como el tren lo arrollaba y me fijara en la cara pálida y grotesca del conductor al intentar frenar".

"Siempre he tenido la sensación, la percepción, de que los trenes del metro eran más lentos. Pero cuando vi a ese hombre ser arrastrado, me di cuenta de la gran velocidad que tomaban. Era como si cada pedazo de carne que se dejaba entre las vías, bajo el tren, fuera como una señal que te marcaba la velocidad. Parecía un muñeco. Un simple y vulgar muñeco. Al saltar, el tren le había enganchado por las piernas, le había arrastrado hasta el suelo, donde su cabeza se había golpeado como una nuez. Y el eco de ese sonido, ese hueso craneal partiéndose como un huevo, retumbaba en mis oídos una y otra vez".

"El grito de la mujer, el tren frenando, el huevo roto. Ni siquiera se veía la jodida sangre. Yo solo veía la sensación, el ser humano que era arrollado por el tren. Escuchaba los huesos partirse, la sangre salpicar, los músculos desgarrarse, la voz apagarse en un grito seco. No veía nada, solo lo escuchaba. Pero era un sonido que podía masticarse, podía tocarse. Como si estuviese viendo sus piernas y brazos separarse de su cuerpo".

"Entré en una especie de estado de trance hipnótico que apenas me duró unas décimas de segundo, pero durante el cual pude percibir los sonidos que emitían partes ínfimas del cuerpo de ese hombre. Y, por alguna extraña razón, todo lo que escuchaba parecía verse también. Creía oír sus dientes aplastándose contra sus encías, sus ojos hundiéndose en sus cuencas hasta reventar o su pelo siendo arrancado de golpe, mientras ardía. Sentí punzadas de dolor por todo mi organismo, como si el simple hecho de escuchar un sufrimiento ajeno me afectara. Pensé que debía ser extremadamente doloroso el sentir como todo tu cuerpo era aplastado por una maquinaria de cientos de toneladas".

"Entonces me quedé parado, casi helado. Pensando. Pensando que iba a llegar tarde a clase, y pensando si me merecía la pena ir. Pensando en que ese tipo acababa de perder su vida y esto se iba a llenar de curiosos, morbosos, policías, forenses y fotógrafos de prensa. Y me pregunté quién se encargaba de limpiar los pedazos de ser humano esparcidos por los 7 metros de vía. Debía ser un trabajo desagradable".

"Me fui, lentamente. Anduve, como si no hubiera pasado nada. Pero con cada paso que daba, más me temblaban las piernas. Como si, al huir de la escena, yo hubiera sido el que le había tirado. Me sentía culpable por haber sido testigo de un suicidio. Como si yo le hubiera machacado los huesos, le hubiera rajado la piel, le hubiera quemado. Me sentía como el puto tren: un asesino inconsciente. Matar sin saber que matas".

"Y pensé en ese tren. Ese limpio y nuevo tren. No era consciente de lo que acababa de pasar. Como cuando pisamos un hormiguero sin darnos cuenta. Como si le importase una mierda la vida de los pasajeros que lleva dentro y los pasajeros que le esperan llegar. Parecía como si el tren supiese que tiene poder. Ese maldito tren. Yo quería ser ese tren. ¿Por qué yo si me sentía culpable y él no? Salí a la calle y la gente caminaba como si no hubiese pasado nada. Nadie era consciente de que la muerte le envolvía. Caminaban, temerosos, sabiendo que no podían evitar morir. Me daban pena".

"El mundo entero me dio pena. Me resultó patético. Como millones de pequeñas manchitas que se mueven compulsivamente, sin más. Y un día, mueren. Sin más. Resultaba tan simple que era aburrido. Me sentía como Dios, viéndolo todo desde fuera. Y también resultaba aburrido. Mucho"
"..."

Terminó de leer la carta, volvió a observar al tipo que colgaba del techo y pensó que no merecía la pena descolgarlo. No sabía donde había una escalera, y además, él solo había ido para hacer la lectura del contador. Era su trabajo. No descolgar cadáveres de los ventiladores del techo.
Bajaría, le diría al casero que subiera para resolver el asunto y seguiría mirando los contadores del agua del resto de edificios de la manzana. Tenía demasiado trabajo esa mañana, y quería llegar a la hora de la comida a casa.

Dejó la carta donde estaba, cogió su maletín y miró por última vez el muerto. A pesar de haberse meado encima, tener la boca un poco abierta y los ojos en blanco, se veía que era un tipo guapo. Era una pena no haberle conocido antes de suicidarse. Podrían haber echado unos buenos polvos. Le encantaban los tipos jóvenes. Eran totalmente puros.
En fin.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Grande, y cercano a lo del metro de moncloa ^^